Este jueves, en el Palacio Euskalduna, asistí al acto de presentación de los órganos de gobierno de innobasque, la agencia vasca de la innovación. Mil doscientas corbatas, setecientos pares de zapatos de tacón y cien atuendos informales en el auditorio. Sobre el escenario, una marea de trajes grises, con algún islote de mujeres bien peinadas y la nota de color de Alberto Pradera. Completaba la lista de cuatrocientos miembros de los consejos ejecutivos un señor sin corbata: nuestro amigo Julen Iturbe, que ha escrito una breve y sabrosa reseña del evento, con la que coincido.
Lo ha dicho Ignacio García-Gardoqui: “No recuerdo ningún acto celebrado en Bilbao que haya concitado tal número de personalidades de ámbitos tan diferentes”. Ése es ya un éxito que no se puede discutir. Innobasque nace con fuerza y convoca los esfuerzos de todos para avanzar hacia la innovación.
Ahora bien, yo no sería yo –Alberto no sería Alorza- si me despojara de la mirada crítica. Más aún, la innovación no puede florecer en un ambiente complaciente. Como cualquier otro resultado de la ciencia, necesita someterse a una constante refutación. Y este evento me ha dejado un tanto escalofriado y necesitado de sacar mis fantasmas a la luz. ¿Se puede hablar claro, verdad?
Dedicaré poco espacio a las alabanzas: los puntos fuertes de esta iniciativa son evidentes y cuentan con el suficiente soporte mediático como para no necesitar otras ayudas. Innobasque ha reunido a muchas de las personas con poder y capacidad para sacar adelante un ambicioso empeño: hacer de Euskadi una comunidad de referencia en materia de innovación. Había que hacerlo, y se ha hecho. Estoy convencido de que vamos a despertar la admiración del resto de comunidades de Europa.
Creo que la propia Junta Directiva es consciente de que cuentan con una plantilla como para ganar la Liga. De ahí que digan cosas tales como: “Innobasque cuenta con el apoyo de (…) un Comité Consultivo, integrado por las mejores empresas consultoras y de servicios avanzados del País Vasco”. Un poco de modestia no vendría mal, aunque sólo fuera para que las empresas consultoras que no forman parte del Comité Consultivo no se vean señaladas como empresas no-mejores.
El discurso del jueves, bien conducido por Pedro Luis Uriarte, un chaval con experiencia en estas lides, fue grandilocuente, como convenía a la ocasión y a la cercanía de un San Mamés abarrotado. En él se nos emplazaba a realizar un gran esfuerzo colectivo para hacer de Euskadi la comunidad más innovadora del mundo.
La parte que más dudas me despierta es ese énfasis en lo colectivo, en el “todos a la vez”, en ese movimiento de masas parejo al del equipo de soka-tira, a la trainera donde todos los brazos son uno solo, al unísono del ritmo marcado por el timonel. Esfuerzo colectivo, donde la virtud está en no destacar, en no mostrarse como individuo, sino como pez en un banco, como célula en un tejido, como fideo en una sopa.
Esfuerzo colectivo, pero con un equipo de guías que nos dirán por dónde ir. A los que no guían, lo que se pide es, sobre todo, constancia y concentrarse en lo pequeño e inmediato. Hay que empezar desde mañana a las ocho, tal como dijo el lehendakari. Culto al trabajo, culto al colectivo. ¿Este es el mejor caldo de cultivo para la innovación?
Lo cierto es que Euskadi es una de las comunidades más ricas del mundo y de las más industrializadas, pero no de las más innovadoras. Y no es casualidad. Euskadi es una sociedad muy estructurada. Eso tiene muchas ventajas, pero no necesariamente ayuda para ser una sociedad innovadora.
Dos sociedades innovadoras muy diferentes son Silicon Valley y Finlandia. Una de ellas se basa en la ley de la jungla, mientas que la otra se sustenta en el estado del bienestar. El caso de Finlandia se parece más, espero, al nuestro que el caso de California, pero también contiene elementos muy diferentes. Para empezar, cuenta con el mejor sistema educativo de Europa. El nuestro, a pesar de las loas que se le hicieron el jueves, es francamente mediocre. ¿Cuál es máximo peligro de nuestro sistema? Educar para la medianía.
Hacer un tiempo, Asier Pérez, de Funky Projects, impartió una conferencia, en el Instituto Internacional de Sociología Jurídica de Oñati, bajo el título “Kalimotxo y otras formas contemporáneas vascas de control social“. Allí defendió la tesis de que la sociedad vasca se estructura en torno a una serie de ritos y mitos que potencian el comportamiento grupal, nunca individual. El kalimotxo, el txoko, la coral, la trainera… ¡concho!, incluso este blog quiso ser colectivo, aunque al final ha quedado en un blog de pareja. Por cierto, ¿cómo es que no está Asier entre los cuatrocientos hijos de Pedro Luis?
La innovación, en cambio, exige otro contexto. Las innovaciones nacen preferentemente en los márgenes del sistema y son fruto de personas que ponen su creatividad individual al servicio de proyectos colectivos. La innovación es cosa de ciudadanos hackers. Funciona mejor en redes con enlaces débiles. Los grupos fuertemente cohesionados producen mejora continua, no innovación.
La innovación se desarrolla mejor con un concepto hacker del tiempo. No por mucho madrugar innovamos más temprano. Hay que seguir con pasión la senda de las propias obsesiones para llegar a innovar, y eso no se puede hacer en un horario estricto, “a partir de las ocho”.
En el blog de Julen se ha producido un debate curioso en torno a la Ley de Sangüesa: “el número de personas realmente innovadoras es inversamente proporcional al número de corbatas presentes en una sala”. Yo mismo, que no me la pongo más de media docena de veces al año, acudí con corbata el jueves. Obviamente, la corbata es una mera prenda de vestir, pero el aforismo alumbra una verdad más allá de lo literal. Si hay que hacer caso de lo que vimos en el Euskalduna, el perfil de innovador es varón, blanco, de cincuenta años, con traje gris y corbata discreta.
Por suerte, mientras algunos asistíamos al solemne acto, gente desgreñada estaba en las catacumbas, alumbrando las nuevas ideas que nos maravillarán en los próximos años. Espero que los caballeros de mediana edad que ocupamos la cúpula de la sociedad sepamos serviros de ayuda y no de tapón. Espero que Innobasque se ponga al servicio de las personas creativas, raras, locas, diferentes, apasionadas. Sois la sal de la tierra.
En cuanto a las siete comisiones, o áreas de trabajo, echo en falta una dedicada a la innovación de la administración pública, pese al elevado número de cargos públicos entre los cuatrocientos. Imagino que han querido incluir esa área en el apartado “innovación social”, pero no me parece suficiente.
También me ha extrañado la composición de esas comisiones. Sólo voy a poner un ejemplo: ¿qué pinta Julen Iturbe en “promoción y comunicación”? Desde luego, debería ocupar un puesto destacado en “transformación empresarial”, pero parece que el hecho de tener un blog le ha hecho caer en el mismo cajón que los periodistas y publicistas.
En resumen, bienvenida sea Innobasque. Deseo que no pretenda dirigir la marcha de la innovación, sino que sirva para potenciar una construcción de abajo arriba. Deseo que sirva para poner en contacto a personas que saquen chispas cuando se junten, que allane las dificultades burocráticas de los emprendedores, que ayude a hacer deseable una vida dedicada a hacerse preguntas y a tratar de responderlas, que fomente la diversidad, la confianza y el humor. Deseo que sea ligera y estimulante. Y me voy a apuntar, pese a que la única vía sea por correo postal.
